16 may 2010

ERASE UNA VEZ (CLAUDE LÉVI-STRAUSS)

LOS BORORO En otros tiempos los bororo fueron un pueblo mayoritario en Brasil. Hoy en día, los pocos que quedan mantienen su forma de vida tradicional. Son excepcionales artistas de cerámica y trabajos con plumas.


Los cuatro tomos de sus Mitológicas (1964–1971) constituyen una de las obras más decisivas y originales de la antropología del siglo XX, con su acercamiento singular a la mitología americana; analiza en ellas los «mitemas» o elementos significativos de miles de éstos por medio de todo tipo de oposiciones (alto/bajo, crudo/cocido, seco/húmedo, etc.

“En tiempos muy antiguos sucedió que las mujeres fueron al bosque a recoger las palmas que sirven para hacer los ba: estuches penianos que se entregan a los adolescentes cuando la iniciación. Un muchacho joven siguió a su madre a escondidas, la sorprendió y la violó.

Al volver ésta, su marido notó las plumas arrancadas, enganchadas aún a su faja de corteza y parecidas a las usadas por los jóvenes para adornarse. Sospechando alguna aventura, ordenó que hubiera una danza para saber qué adolescente llevaba un aderezo tal. Pero comprueba con gran asombro que sólo su hijo está en ese caso. El hombre reclama otra danza, con el mismo resultado.

Persuadido de su infortunio y deseoso de vengarse, manda a su hijo al "nido" de las almas, con el encargo de que le traiga la gran maraca de danza (bapo) que codicia. El joven consulta a su abuela, y ésta le revela el peligro mortal que la empresa trae aparejado; le recomienda obtener la ayuda del pájaro mosca.

Cuando el héroe, acompañado del pájaro mosca, llega a la morada acuática de las almas, espera en la orilla mientras que el pájaro mosca vuela prestamente, corta el cordelillo del que cuelga la maraca; el instrumento cae al agua y resuena: "¡jo!". El ruido llama la atención de las almas, que tiran flechas. Pero el pájaro mosca va tan de prisa que llega ileso a la orilla con su robo.

El padre manda ahora al hijo que le traiga la maraca pequeña de las almas, y se reproduce el mismo episodio, con los mismos detalles, pero esta vez el animal auxiliar es el juriti de vuelo rápido (Leptoptila sp., una paloma). En una tercera expedición el joven se apodera de los buttoré, sonajas ruidosas hechas con pezuñas de caetetu (Dicotyles torquatus) ensartadas en un cordón que se lleva enrollado a los tobillos. Es ayudado por el gran saltamontes (Acridium cristatum, E. B., vol. I, p. 780), cuyo vuelo es más lento que el de los pájaros, de manera que las flechas lo alcanzan varias veces, pero sin matarlo.

Furioso al ver frustrados sus planes, el padre invita a su hijo a acompañarlo para capturar guacamayos que anidan al flanco de las rocas. La abuela no sabe bien cómo enfrentarse a este nuevo peligro, pero entrega a su nieto un bastón mágico al cual podrá agarrarse en caso de caída.

Los dos hombres llegan al pie de la pared; el padre levanta una larga percha y manda a su hilo que trepe por ella. En cuanto llega éste a la altura de los nidos el padre retira la percha; el muchacho apenas tiene tiempo de clavar su bastón en una grieta. Queda suspendido en el vacío pidiendo socorro mientras el padre se va.

Nuestro héroe distingue un bejuco al alcance de sus manos; lo coge y sube penosamente hasta la cima. Después de descansar se pone a buscar qué comer; hace un arco y flechas con ramas, caza lagartos que abundan en la meseta. Mata cierto número, y se cuelga los sobrantes del cinturón y de las bandas de algodón que le ciñen brazos y tobillos. Pero los lagartos muertos se corrompen y exhalan un hedor abominable que el héroe se desmaya. Los buitres de la carroña (Cathartes urubu, Coragyps atratus foetens) se precipitan sobre él. Los guacamayos devoran primero los lagartos y luego la emprenden con el cuerpo mismo del desdichado, empezando por las nalgas. Reanimado por el dolor, el héroe expulsa a sus agresores pero no sin que éstos le hayan descarnado completamente el cuarto trasero. Así rechazados, los pájaros se vuelven salvadores: con el pico levantan al héroe del cinturón y las bandas de brazos y piernas, echan a volar y lo depositan suavemente al pie de la montaña.

El héroe vuelve en sí "como si despertase de un sueño". Tiene hambre, come frutos salvajes, pero advierte que, privado de fundamento, no puede conservar el alimento: se le escapa del cuerpo sin haber sido digerido siquiera. Perplejo al principio, el muchacho se acuerda de un cuento de su abuela en el que el héroe resolvía el mismo problema modelándose un trasero artificial con una pasta hecha con tubérculos machacados.

Después de haber recuperado por este medio su integridad física y de haberse hartado, vuelve a su pueblo y encuentra el sitio abandonado. Vaga largo tiempo en busca de los suyos hasta que un día descubre huellas de pasos y de un bastón que reconoce como perteneciente a su abuela. Sigue las huellas pero, temiendo mostrarse, adopta el aspecto de un lagarto cuya conducta intriga durante largo tiempo a la vieja y a su segundo nieto, hermano menor del anterior. Al fin se decide a manifestárseles bajo su verdadero aspecto. [Para encontrarse con su abuela, el héroe se transforma sucesivamente en cuatro pájaros y una mariposa no identificados].

Aquella noche hubo una violenta tempestad acompañada de un aguacero y todos los fuegos del pueblo se ahogaron, menos el de la abuela, a quien a la mañana siguiente todo el mundo vino a pedir brasas, particularmente la segunda mujer del padre criminal. Reconoce a su hijastro, tenido por muerto, y corre a avisar a su marido. Como si nada pasara, éste toma su maraca ritual y acoge al hijo con los cantos de saludar el retorno de los viajeros.

Sin embargo el héroe piensa en vengarse. Un día que se pasea por el bosque con su hermanito, rompe una rama del árbol api, ramificada como astas. Siguiendo las instrucciones de su hermano mayor, el niño solicita al padre que ordene una caza colectiva, y así se hace; transformado en mea, pequeño roedor, se fija, sin ser visto, en el sitio en que el padre se ha puesto al acecho. El héroe se arma entonces la frente con las falsas astas, se convierte en ciervo y carga contra su padre con tal ímpetu que lo ensarta. Sin dejar de galopar se dirige a un lago, donde precipita a su víctima. Ésta es devorada en el acto por los espíritus buiogoé que son peces caníbales. Del macabro festín no quedan en el fondo del agua más que huesos descarnados, y los pulmones flotando como plantas acuáticas cuyas hojas -dicen- parecen pulmones.

De vuelta al pueblo, el héroe se venga también de las esposas de su padre (una de las cuales es su propia madre).”

Fuente: Claude Lévi-Strauss, Mitológicas I, Lo crudo y lo cocido, trad. de Juan Almela, FCE, México, 1968, 8pp. 43-45.


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